lunes, 17 de septiembre de 2012

Lecciones desde Sudáfrica

Por: César Rodríguez Garavito, especial para El Espectador/Johanesburgo
La paz duró hasta cumplir la mayoría de edad. Con la masacre de 34 mineros huelguistas a manos de la policía hace un mes, Sudáfrica revive los recuerdos de las matanzas del apartheid.
Dieciocho años después de la transición a la democracia, el aire que se respira aquí es una combinación tóxica de perplejidad y angustia. Todos parecen preguntarse en qué momento la paz que inspiró a tantos alrededor del mundo —la de Mandela y la Comisión de la Verdad y la Reconciliación— se vino a pique hasta morder el polvo en Marikana, en la esquina noroccidental del país, donde están las minas de platino más grandes del mundo.
“La herencia del apartheid nos persigue como un espectro”, dijo la Nobel de Literatura Nadine Gordimer en un festival cultural celebrado poco después de la masacre. “En nuestra lucha contra el apartheid, ¿alguna vez se nos ocurrió cómo serían las cosas 20 años después de la llegada de la democracia?”.
La pregunta se alza como un espectro no sólo en Sudáfrica, sino en países como Colombia que buscan lecciones para sus propios intentos de terminar la guerra. Entender a Sudáfrica hoy es advertir lo que puede salir mal en una transición. Y lo que es preciso hacer desde ahora para evitarlo.
La escena es de no creer. Frente a las cámaras, los tanques de la policía rodean al grupo de trabajadores que, palos y machetes en mano, protestan por los bajos sueldos y las paupérrimas condiciones de vida que tienen en la mina de Lonmin, la multinacional inglesa del platino. De pronto se oye el traqueteo de las metralletas policiales; en seguida caen las siluetas de los mineros entre la polvareda, como fichas de un dominó que no se veía desde las peores masacres del apartheid en los años sesenta contra las multitudes negras que exigían el fin del régimen. Pero esta vez quienes disparan son policías negros también, miembros de una fuerza controlada por el gobierno del partido que lideró la lucha contra el apartheid y ha ganado todas las elecciones desde 1994 (el ANC).
Lo peor vino después. Todo indica que la mayoría de las víctimas fueron ultimadas a quemarropa, fuera de la mirada de las cámaras, como lo denunció el fotorreportaje de Greg Marinovich, ganador del Pulitzer.
Como el realismo mágico no es monopolio latinoamericano, la gota que rebosó la copa de lo verosímil fue puesta por la justicia sudafricana. Reviviendo una vieja ley usada por los supremacistas blancos del apartheid para aplastar cualquier protesta, la Fiscalía acusó de homicidio a 270 mineros que participaron en la huelga. ¿La razón? Al participar en la protesta provocaron la reacción de la policía, que a la vez desembocó en la tragedia, según la Fiscalía. El mundo al revés; Macondo en África.
El escándalo que siguió hizo que los cargos fueran retirados. Pero el daño ya estaba hecho. Tras Marikana estalló una ola de huelgas que amenazan a todo el sector minero. El gobierno de Jacob Zuma ya no puede contar con la reelección. El ANC no es el partido invencible de la liberación nacional. En las calles y en los medios se habla de la crisis de la constitución más humanista del mundo, de la desilusión de la democracia multicolor.
¿Qué salió mal? Los especialistas que entrevisto martillan sobre dos legados que la paz no resolvió: la desigualdad y la herencia de la economía minera.
Sudáfrica es el país más desigual del mundo. A la antigua élite blanca se suma hoy una pequeña élite negra que también se refugia detrás de los infranqueables muros de las residencias de lujo, estampados con los letreros ubicuos de las compañías de seguridad que advierten: “Se dará respuesta armada”. El coeficiente Gini corrobora lo que se ve en esta ciudad del apartheid social.
De modo que lo que explotó en Marikana fue la bomba de la desigualdad. La iniquidad que “está creando una caldera de gente pobre que se siente marginalizada”, como le dijo Zwelinzima Vavi, el presidente de la federación sindical Cosatu, al semanario Saturday Star. Después de todo, los 3.000 trabajadores que pararon la mina de Lonmin protestaban contra salarios de miseria. Exigencia elemental que no puede hacer el 36% de la población, que está desempleada.
El problema es que la transición a la paz se centró en los actos individuales de violencia y dejó para otro día la solución a la desigualdad: a la concentración de la tierra en pocas manos, las diferencias abismales en la calidad de la educación de ricos y pobres, los sistemas paralelos de salud. Ya lo había anticipado hace 10 años el reconocido africanista Mahmood Mamdani en su crítica a la Comisión de la Verdad y la Reconciliación, cuyo modelo ha sido exportado alrededor del mundo. Investigar, confesar y perdonar (o castigar) delitos individuales es esencial para llegar a la paz. Pero hace falta embarcarse también en una agenda de políticas sociales que desactiven la bomba social del conflicto. Lo mismo en Sudáfrica que en Colombia.
No es casual que la explosión haya sido en las minas. La locomotora minera pasó por aquí hace cien años, cuando los descubrimientos de los mayores yacimientos de oro del planeta cambiaron para siempre la geografía y la sociedad sudafricanas. Entre los cráteres del paisaje lunar de Johanesburgo se avistan aún, de vez en cuando, los buldóceres que raspan los últimos rastros del metal.
Pero en lugares como Marikana, en la región de Rustenberg, la locomotora minera anda a todo vapor. En los nuevos yacimientos de oro y platino se vive una fiebre extractiva similar a la latinoamericana. Y las disputas y sus protagonistas se parecen también. La huelga contra la inglesa Lonmin se extendió esta semana a la mina de platino de Anglo American, la mayor del mundo. El viernes, Xstrata anunció que cerraba temporalmente su mina en la misma región ante las amenazas de protestas y disturbios.
Los conflictos por los efectos ambientales y las condiciones laborales de la industria minera están en el corazón de la violencia posapartheid. Como tituló el semanario Mail & Guardian, Sudáfrica es hoy un campo minado. La razón es que “la industria minera tiene un legado de cien años por el que no ha pagado”, según lo reconoció un ejecutivo del sector citado por el periódico. Y agregó: “La industria y todo el país tendrán que ponerle la cara; de lo contrario, siempre habrá conflicto”.
De modo que, junto con las políticas contra la desigualdad, la historia sudafricana enseña que la paz duradera requiere políticas económicas y ambientales sostenibles. De lo contrario, al alborozo de la transición sigue la desilusión de las promesas incumplidas, la realidad de la violencia que rebrota.
Fue ese sabor agridulce el que quedó en el aire tras la conversación sobre la masacre de Marikana entre Nadine Gordimer y Mongane Serote, el viejo poeta y activista antiapartheid.
—¿Qué podemos hacer?, preguntó Gordimer.
—Tenemos que organizar una marcha —replicó Serote.
—La policía nos dispararía — replicó con sarcasmo la Nobel. Y terminó en el tono desencantado de la nueva Sudáfrica. “Los escritores no somos videntes. Andamos buscando el sentido de la vida. Qué poco hemos logrado en 18 años”.
* Columnista de El Espectador
Gobierno sudafricano busca proteger la minería

El gobierno sudafricano, inquieto por las consecuencias económicas que pueden provocar las tensiones sociales en el sector minero, anunció medidas para mantener el orden en la región de Rustenburg, al norte del país, en donde las mineras cierran uno a uno sus pozos de platino. “Los que procedan a reagruparse ilegalmente, porten armas peligrosas, se libren a la provocación o amenacen con violencia en las zonas concernidas serán tratados como se debe”, declaró el ministro de Justicia, Jeff Radebe, en una conferencia de prensa en que llama implícitamente a las fuerzas de seguridad a proceder al arresto de los que contravengan a las disposiciones. El sector minero sudafricano está perturbado desde hace cinco semanas por disturbios sociales. Este sector es el pulmón económico del país y contribuye al 9% del PIB y 19% si se le incluyen todas las actividades anexas. Representa, además, la mitad de las exportaciones del país.

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